Así el pecho de Agustín, subía y bajaba, bajo la mano de Valeria, respirando hondamente una y otra vez, intentando no despertarla.
Se habían quedado dormidos bajo un árbol en la plaza, y a causa de que una paloma había picoteado su mano al oler una miga de galletitas, se había despertado.
Los autos pasaban, iban y venían -como su pecho- por las calles alrededor de la plaza y él cerró los ojos, sonriendo, para darse cuenta de que al hacer eso, la imagen de otros ojos volvieron a él.
Unos ojos verdes decepcionados, mirándolos tan lejos, tan pero tan lejos que la distancia dolía. Dolía no haberla querido lo suficiente, como para quedarse con ella.
***
- Entonces, ¿puedo finalmente decirlo?
- ¿Decir qué?
- ¿Que estamos saliendo? -murmuró sin mirarla el muchacho.
Ella sonrió y con ternura lo tomó del rostro y entre besos, le contestó un feliz "Sí."
Era hora de que ella fuera finalmente feliz.
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