Nunca había sido adicto a ninguna golosina, ni caramelo ni ningún objeto comestible dulce. De hecho, él tenía cierta preferencia a lo salado. El otro día, que había acompañado a su madre al supermercado, ésta le miró extrañada al descubrir debajo de las bolsas de las frutas y verduras, las tres cajas de ocho barritas Kinder.
Él sólo sonrió.
Valeria comenzaba a comentar sobre los últimos detalles de su rostro, es decir, de los útimos granos que a causa del excesivo chocolate, lucían en el rostro antes perfecto de Agustín. Fue ahí, justo ahí, que él se dió cuenta:
- ¿Desde cuándo te gusto tanto el chocolate? -le preguntó ella, un día.
Y la respuesta que a él se le ocurrió, fue: "Si hay algo que me vuelve loca es el Kinder."
Y la volvió a recordar justo ahí, a ella, a la dueña de esos ojos que lo invadían antes de irse a dormir.
Sin embargo, no fue aquella la respuesta que pronunció.
***
- Para mí, eso no es dedicar una canción. - le dijo él a Miel, mientras caminaban, mano en mano por la calle.
- ¿Y qué sería entonces?
Él, entonces, se detuvo y se acercó lo suficiente para que sólo ella pudiera oírlo y susurró:
- Sería tan simple como agarrar la guitarra y cantarla, aún con la peor entonación del mundo.
Miel sonrió y lo besó, una y otra vez. Porque si la ternura fuera hombre, sería él.
Les presento a Matthew, a quien pronto también, Miel pegaría sus manías.
Como comer Kinder a por mayor, y un par más.
Hola! he leido todas las entradas de tu blog y me ha gustado mucho, sigue así ;) pasaré a menudo a visitarte
ResponderEliminarBesos!
graciaas David!
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