una madrugada de aquellas

- Vení para acá, gitanita.

Y ella fue, entre sus brazos, con los cabellos todos sueltos sin aquellas típicas trenzas de lecciones aburridas y veraniegas y que él viniera a dibujarle los labios con sus dedos y a embriagarla en emociones imposibles de contener. Él apoyado contra un automóvil ajeno, con las manos por debajo del buzo de ella, porque tenía frío. "¿Frío con ella al lado?" Que ironía. Con esa gitana de voz susurrada, y ojos verdes. Y se la quedó mirando, primero en los labios y luego a los ojos, le corrió en una caricia el mechón de cabello del rostro y ella con los ojos entrecerrados susurró inocentemente seductora (y probablemente inconciente) un "¿Qué?" y él la miró y antes de llevársela a otro mundo murmuró: "Te miro, y miro, ¿no puedo acaso?" y la besó, y volvió a sentir que el mundo se desvanecía al lado suyo, ni los comentarios insoportables de los chicos oía. Era todo tan silencioso, donde sólo escuchaba su forma de respirar y de abrazarla fuerte, estrujándola hasta el extremo de quitarle todo el aire de los pulmones. Y suspiraba. Por eso cuando se despidió ella, sin mirar atrás y que ningún mensaje llegara a su celular, temió nunca jamás volver a verlo.

Temió y teme, jamás volver a ver a quién le había
hecho romper la promesa de no volver a caer otra vez.