De como reír con vos, era tan natural.

jueves, mayo 1

Una vez escrito un personaje, cobra vida. Ahora, ¿qué pasa cuándo viene a buscarte?

La mano recorría la quebrada de su espalda, la línea no tan marcada de su espina dorsal, se frenaba unos segundos más entre sus omóplatos, y después volvió a resbalar por el camino conocido, delicado. Los lunares de ella no huían a sus manos, él los recolectaba, como frutos de un bosque, cada uno venenoso a su modo, porque cada lugar de escondite traía su historia, cada uno desprendía el mismísimo rayo de sol que lo había hecho nacer. Recorrerla lo iluminaba y aún así y todo, no se dignaba a abrir los ojos.
La mano se enredaba en los cabellos de él, trenzándolos, alisándolos, corriéndolos de su cara, a veces no tan delicada, por ello mantenía sus uñas cortas. La brutalidad de sus gestos se contrarrestaban con la feminidad de sus pensamientos: ella podía quedarse horas mirándolo dormitar a su lado, las pestañas a penas temblando, los labios apenas entre abiertos y algún que otro lunar en su rostro. El hueco tibio de su cuello estaba para la mano de ella si quería descansar pero ella seguía. Hasta que comenzaba a extrañarlo y lo despertaba susurrando “Arriba, arriba”.

Las manos,
tocan.
Las manos,
conocen el tacto que la mente permite y que el corazón cede.
Las manos,
ceden. Como ella.

La mano corría los cabellos fuera del rostro de ella, bajan, por sus hombros, su cintura y descansaban en su cadera. Ella sonreía embobada y él la miraba en total seriedad. Podría jurar que los ojos le brillaban, quizá haya que hecharle la culpa a los lunares por eso. Él no sonreía y ella sí, muriéndose de curiosidad por saber qué se le cruzaba por la mente, más que de lo común. No hablaba mucho y sin embargo, a veces -y sólo a veces-, ella podía entenderle los ojos, abiertos o cerrados, las muecas, los mimos. Y eso, la mayoría del tiempo, bastaba.
La mano descansaba sobre su pecho, pero él no tenía que tranquilizar a su corazón, en esos momentos, no. Sonrió entonces e hizo muecas, ella río. Él la besó, como muchas otras veces, sin entenderla y sin saber cómo hacerlo. Sabía qué partes de su cuerpo al ser recorridas de determinada forma reaccionarían de un modo u otro pero no sabía que palabras decir para tranquilizar sus dudas, aquellas nacientes de esa inseguridad que recorría cada una de sus venas hasta nublar incluso en las cosas más claras -¿realmente eran así de claras?- su mente.

Las manos,
tocan.
Las manos,
se hacen lugar en la mente, para luego enfrentarse al corazón.
Pero las manos no son palabras,
aquéllas ceden,

éstas no.

4 comentarios:

  1. Màs, cuando las manos tocan.
    Ya nada queda sin ser
    tocado
    .

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  2. Espero que seás realmente consciente del talento que tenés. Me encantó la escena que se creó en mi mente al leer esto. Hermoso.

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  3. Respuestas
    1. Trabajo a presión, claramente. El problema es que mis días se quedaron sin olor a él.. Y cuesta

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